Hace mucho publiqué este artículo en la prensa regional. Mi interés por este asunto vino cuando recalé en Extremadura, allá por 1991. Por entonces empecé a familiarizarme con la geología del occidente peninsular, lo cual me llevó no sólo a conocer algo mejor las rocas, fósiles y minerales extremeños, sino también a indagar sobre nuestro vecino portugués. Así, comencé a estudiar el tema de los terremotos y, entre ellos, el de Lisboa, que tanto me impactó, por sus peculiaridades y efectos. Me preguntaba que cómo era posible que un seismo que destruye una capital tan avanzada de la época (siglo XVIII) no habría tenido efectos en regiones periféricas. Esa pregunta quedó en el aire, pues apenas había información que permitiera hacer una aproximación mínimamente certera. Años después fui descubriendo más cosas y vi que sí que habían ocurrido efectos colaterales en esas regiones periféricas, incluyendo algunas españolas, como Extremadura o Andalucía. De aquella tormenta de ideas nació este pequeño artículo, hoy quizá algo desfasado, pero que pretendía abrir los ojos a una realidad ciertamente inquietante, los desastres naturales. Sabemos que desconocer la posibilidad, ni tan siquiera la probabilidad, de un peligro natural debería ser un delito. Las autoridades españolas y autonómicas empezaron a tomar cartas en el asunto ya a finales de los 80, pero las conclusiones no verían la luz hasta finales de los 90. PLATERCAEX fue uno de aquellos resultados, que empezaron a vislumbrar la posibilidad de riesgos por diversos fenómenos naturales.
La aportación modesta de este artículo de cara a la opinión pública simplemente pretendía abrir las mentes a una realidad, que por poco probable no se debe pensar que es imposible. Este es un problema que tiene el ciudadano de a pie, pues el tiempo de ocurrencia de determinados fenómenos naturales no tiene nada que ver con la escala temporal humana. Somos hormiguitas ante la naturaleza y su poderío, pero también a escala temporal. De ahí que podamos afirmar que si ocurriesen terremotos en nuestra península, al igual que ocurrió hace apenas dos siglos ahí al lado, en las costas atlánticas, sencillamente no es que no estemos preparados civilmente, como administración, sino culturalmente. Quitando las inundaciones, que tienen una ocurrencia relativamente frecuente, tan solo algunos volcanes nos sacan de nuestra cotidianidad y nos recuerdan el poder del planeta.
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