Traigo hoy esta interesante entrada aparecida en el enlace http://www.ub.edu/geocrit/sv-78.htm, cuyo autor es Santos Casado. El trabajo original fue publicado como estudio introductorio a la edición facsímil de: Eduardo
HERNÁNDEZ-PACHECO. La Comisaría de Parques Nacionales y la protección de la
naturaleza en España [Madrid, 1933]. Madrid: Organismo Autónomo Parques
Nacionales, 2000, pp. V-XXX. Edición revisada por el autor.
Su interés radica, en mi opinión, en la labor que Eduardo Hernández-Pacheco realizó en favor de la protección de la naturaleza española, en lo que podría denominarse los primeros pasos de la ecología en España (ver http://www.ub.edu/geocrit/sancas.htm). He omitido el resumen en inglés.
Palabras clave: historia ambiental, conservación de la naturaleza,
parques nacionales, Eduardo Hernández-Pacheco.
La conservación de la naturaleza ha estado ligada desde sus orígenes al
sentimiento y la emoción, a una relación con entornos y objetos naturales
emparentada con la que establecemos con el arte y la belleza. Así, en los
primeros movimientos de protección de espacios naturales abundaron argumentos
que los comparaban con los monumentos históricos y artísticos, reclamando para
aquellos la misma salvaguarda que las naciones civilizadas prestaban a estos. Al
tiempo, en el conservacionismo ha habido siempre una clara presencia de lo
científico en general y de las ciencias naturales en particular. No tiene por
qué haber contradicción en ello. Arte y ciencia, conocimiento y sentimiento, no
son términos necesariamente antagónicos y la historia muestra cuán
frecuentemente se han establecido influencias recíprocas.
En realidad, la conservación de la naturaleza, en la medida en que supone la
adopción de medidas legales o técnicas concretas, ya comporta, por sí misma, un
paso de lo estético a lo práctico. Surge la necesidad de acopiar información de
campo, establecer criterios de discriminación o adoptar medidas de protección, y
en todo ello los científicos están llamados de forma natural a desempeñar un
papel relevante. No sólo los científicos, por supuesto, pero ellos también.
¿Qué ha ocurrido a este respecto en la pequeña historia española de la
conservación? Pues que el concurso de algunos científicos, concretamente
naturalistas, ha tenido una parte importante en la introducción y la adopción de
ideas y prácticas conservacionistas, desde los mismos orígenes de este
movimiento hasta la actualidad. No se tratará aquí de analizar el conjunto de
esta historia sino tan solo de hacer algunos apuntes sobre sus comienzos, es
decir, sobre la etapa pionera que llega hasta 1936. Y en esa etapa hay un nombre
entre los naturalistas que destaca de forma rotunda, el del geólogo Eduardo
Hernández-Pacheco. Hay que apresurarse a subrayar que, si es de justicia
reconocer a Hernández-Pacheco y a otros naturalistas el papel nada desdeñable
que les cupo en los orígenes de la política conservacionista, hubo también otros
protagonistas. Es más, la figura que en España fue realmente clave para que la
conservación de la naturaleza pasara de la teoría a la práctica no fue
naturalista ni científico. Fue Pedro Pidal, marqués de Villaviciosa de Asturias,
político y alpinista, empresario y cazador, un hombre de acción en suma, del que
afortunadamente sabemos ahora mucho más gracias a la excelente biografía que
recientemente le ha dedicado Joaquín Fernández, atendiendo precisamente a su
condición de conservacionista pionero (Fernández, 1998).
Este y otros trabajos han ido formando en los últimos años una incipiente
bibliografía sobre el tema y permiten empezar a comprender el modo en que se
desarrolló este interesante episodio de nuestra historia contemporánea, hasta
hace poco sumido en el olvido. En efecto, después de una larga etapa de
silencio, en la que quizá solo haya que exceptuar el libro de Guillermo Muñoz
sobre los parques nacionales (Muñoz, 1962), los comienzos de la conservación de
la naturaleza en España han sido objeto en las últimas décadas de unos cuantos
estudios, hechos desde distintas perspectivas.
Fernando López Ramón, en su análisis jurídico de la protección de los
espacios naturales y su evolución, se detuvo en los avatates legales y
administrativos de la primera política conservacionista, valorando su
significado político y técnico (López Ramón, 1980). Posteriormente, desde el
ámbito académico de la geografía, han aparecido varios trabajos que se interesan
por el conservacionismo como una de las propuestas más significativas de las que
convergen en la España del primer tercio del siglo veinte en torno al
territorio, sus recursos y sus problemas. Un estudio general de los primeros
parques nacionales españoles con especial énfasis en Ordesa (Solé y Bretón,
1986), un análisis de las medidas de protección en el contexto de la ciencia y
la política forestales (Gómez Mendoza, 1992a, 1992b) y, siguiendo esta última
línea, un estudio de las propuestas de protección elaboradas desde la
administración forestal (Mata, 1992), son algunos de sus resultados.
La conexión con el florecimiento de las ciencias naturales y el papel de los
naturalistas en la conservación han sido objeto específico de otros trabajos
(Casado, 1991, 1998) y de un apartado en un libro más amplio sobre los orígenes
de la ecología en España (Casado, 1997). En este último analicé con cierto
detalle los principales rasgos de la aportación de Eduardo Hernández-Pacheco, y
en concreto su entendimiento de la conservación a través de "una figura de
protección alternativa, más modesta y precisamente por eso más realista y
flexible", aplicando un "criterio científico y plural" e incluso "la idea de
representatividad" y fomentando "una visión más democrática y educativa"
(Casado, 1997: 396-411). Aunque no los cita expresamente, Josefina Gómez Mendoza
ha coincidido recientemente con casi todos estos puntos al destacar la
aplicación por Hernández-Pacheco de una "figura más modesta" y "más ajustada a
la realidad del campo español" y su defensa de "la flexibilidad y la mayor
representatividad" así como de "la apertura democrática" en el desarrollo de la
política de espacios protegidos (Gómez Mendoza, 1999). En lo fundamental sigo
considerando válido este esquema interpretativo, que será por tanto el que
desarrolle aquí.
Antes hay que reseñar dos importantes monografías aparecidas en los últimos
años, que han completado sustancialmente este panorama bibliográfico. Son una
historia de los parques nacionales españoles desde sus comienzos hasta hoy, en
la que se trata detalladamente la etapa pionera y la figura de Pidal (Fernández
y Pradas, 1996) y, como natural prolongación de este trabajo, la antes citada
biografía de Pidal, primera que aborda en profundidad la singular trayectoria de
este personaje (Fernández, 1998). En ambas se aporta información relevante sobre
la relación entre Pidal y Hernández-Pacheco, en la que hubo alternativamente
colaboración y conflicto.
Con la ayuda de lo ya avanzado en toda esta literatura, en lo que sigue
trataré de ofrecer una visión de conjunto de la participación que en el
desarrollo de una mentalidad y una política conservacionistas tuvieron los
naturalistas en general y, muy en particular, Eduardo Hernández-Pacheco.
Apuntes biográficos
Eduardo Hernández-Pacheco y Estevan nació en Madrid en 1872 y falleció en
Alcuéscar, provincia de Cáceres, en 1965. De familia extremeña, permaneció
siempre unido a esa tierra, pero no a la tradición militar que habían seguido su
padre y su abuelo (Real Sociedad Española de Historia Natural, 1954), la cual
cambió por la de las ciencias naturales, en la que luego le iba a seguir su hijo
Francisco.
Ese cambio se produjo cuando el joven Hernández-Pacheco, tras cursar el
bachillerato en Badajoz, decide seguir la carrera universitaria de Ciencias
Naturales, que estudia en Madrid y Barcelona y de la que se doctora en 1896
(Real Sociedad Española de Historia Natural, 1954). En esos años entra en
contacto con un ambiente científico especial, en el que los estudios
naturalistas han adquirido un notable dinamismo, gracias a la revitalización que
habían experimentado desde hacía un par de décadas. Una revitalización en la que
habían sido fundamentales asociaciones científicas como la Sociedad Española de
Historia Natural, fundada en 1871, pero también la influencia de la Institución
Libre de Enseñanza, un centro educativo fundado en 1876 por Francisco Giner de
los Ríos con la ayuda, entre otros, de numerosos científicos, que actuará como
foco modernizador de la cultura española. La rica vida intelectual de la
Institución tiene en el fomento de la ciencia y el aprecio de la naturaleza
silvestre dos de sus muchos rasgos novedosos. De ambos participará Eduardo
Hernández-Pacheco, que los aprende de sus maestros, naturalistas ligados a la
Institución como el zoólogo Ignacio Bolívar y, sobre todo, los geólogos José
Macpherson, Francisco Quiroga y Salvador Calderón. Macpherson, Quiroga y
Calderón se contaban entre los mejores cultivadores de la geología en la España
de finales del diecinueve y habían contribuido notablemente a la modernización
de esta disciplina, incorporando las novedades técnicas y teóricas que surgían
en Europa.
Geólogo fue a su vez Eduardo Hernández-Pacheco, pero, siguiendo también a sus
maestros, mantuvo una permanente inquietud científica que le llevó a trabajar en
diferentes áreas y a buscar la síntesis y la visión de conjunto. Por ello, fue
también geógrafo, paleontólogo y prehistoriador y destacó entre los naturalistas
de su época por la aplicación de enfoques sintéticos a lo largo de toda su obra,
en la que ofreció interpretaciones globales del territorio ibérico. Sobre la
base de sus intereses iniciales en geología y geografía física, integró aspectos
biogeográficos, paisajísticos y antropológicos. Buscó siempre el cuadro de
conjunto y la interdependencia de factores en ensayos como Rasgos
fundamentales de la constitución e historia geológica del solar ibérico,
Síntesis fisiográfica y geológica de España o Fisiografía del solar
hispano (HernándezPacheco, 1922, 1934a, 1955 y 1956). Quiso incluso
construir una teoría científica del paisaje, que expuso en El paisaje en
general y las características del paisaje hispano (Hernández-Pacheco,
1934b). Muchos de estos intereses se relacionan, como luego se verá, con su
actividad conservacionista.
En el ambiente de la Sociedad Española de Historia Natural y de la
Institución Libre de Enseñanza será pues donde se forme el espíritu científico
de Eduardo Hernández-Pacheco. Y en el entorno institucional de la Junta para
Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas fructificará su carrera
(Real Sociedad Española de Historia Natural, 1954, Portela, 1983). La Junta se
creó en 1907 como un organismo estatal, pero inspirado en los planteamientos de
fomento de la ciencia desarrollados por la Institución. El Museo de Ciencias
Naturales, que llevaba una vida lángida, se integra en la Junta, en cuyo marco
será el principal centro de investigación naturalista y florecerá
científicamente. Hernández-Pacheco, que había ganado en 1899 el puesto de
Catedrático de Historia Natural del Instituto de Segunda Enseñanza de Córdoba,
se incorpora rápidamente al impulso auspiciado por la Junta y el Museo. Ya en
1907 se le comisiona para trabajar en el Museo y para realizar investigaciones
en Canarias. Y en 1910 gana la Cátedra de Geología Geognóstica y Estratigráfica
de la Facultad de Ciencias de la Universidad Central, en Madrid, y con ella
accede a la jefatura de la Sección de Geología y Paleontología Estratigráfica
del Museo de Ciencias Naturales. En 1912 la Junta crea, vinculada al Museo, una
Comisión de Investigaciones Paleontológicas y Prehistóricas, de la que se nombra
Director al marqués de Cerralbo y a él Jefe de Trabajos. Tras el fallecimiento
del primero en 1922, Hernández-Pacheco será desde 1923 Director de la Comisión,
la cual trocó su nombre en 1934 por el de Comisión de Investigaciones
Geográficas, Geológicas y Prehistóricas quedando así plenamente identificada con
la orientación de todo el amplio conjunto de sus intereses científicos. Además,
en 1923 acumuló a la de Geología la Catedra de Geografía Física de la Facultad
de Ciencias.
La preeminencia de Hernández-Pacheco en la ciencia oficial de su época es
evidente. La diversidad de puestos y líneas de trabajo requirió obviamente la
colaboración de colegas y discípulos, entre ellos su hijo Francisco
Hernández-Pacheco de la Cuesta. Pero su movilidad y su capacidad de trabajo
resultan, evaluadas retrospectivamente, asombrosas. Su actividad le llevó
continuamente al campo y a expediciones que abarcaron toda la Península, las
Canarias y el norte de África. Traspasando los límites académicos de la ciencia
buscó activamente la participación en otras empresas, entre las cuales destaca
la política de conservación de la naturaleza. A ella se incorpora en 1917,
cuando, tras la promulgación en 1916 de la Ley de Parques Nacionales impulsada
por Pedro Pidal, se crea la Junta Central de Parques Nacionales y se nombra
Vocal a Hernández-Pacheco, en representación de la Universidad Central. Su
capacidad de influencia parece aumentar en los años de la República, cuando
forma parte de organismos como el Patronato Nacional de Turismo, el Patronato
del Museo del Pueblo o el Consejo Nacional de Cultura. Aunque por su formación y
su ambiente Hernández-Pacheco se situaba en la tradición del liberalismo
progresista, que era la de la mayoría de los hombres de la Institución y la
Junta, fue durante el bienio republicano de gobierno derechista cuando se
detecta la máxima cercanía al poder político. En efecto, durante los gobiernos
de radicales y cedistas que se sucedieron durante 1934 y 1935 Hernández-Pacheco
parece moverse en una especial proximidad, cabe suponer que con el Partido
Republicano Radical de Alejandro Lerroux. En 1934, siendo Lerroux Presidente del
Gobierno, un decreto del Ministerio de Agricultura reorganizó la política
conservacionista, regulando una nueva Comisaría de Parques Nacionales y
prestando especial atención a aquellos aspectos que más interesaban a
Hernández-Pacheco. Y, cuando en el mismo año se produzca la ocupación española
del territorio africano de Ifni y el Gobierno organice una expedición
científica, se le encomendará a Hernández-Pacheco la jefatura de esta misión
oficial.
La guerra civil destruirá gran parte de la obra de la Junta para Ampliación
de Estudios y, a su término, muchos de los científicos vinculados al Museo
Nacional de Ciencias Naturales partirán al exilio o sufrirán la represión.
Hernández-Pacheco, a pesar de su presumible filiación republicana, queda
alineado en el bando franquista y, en el depauperado panorama científico de la
posguerra, recibe las más altas consideraciones como una de las pocas figuras de
talla que podían encabezar la ciencia oficial de aquella España. Aún tendrá
tiempo de realizar algunas contribuciones y, sobre todo, de elaborar amplias
obras de recopilación y síntesis. No así en la política de conservación, en la
que las nuevas estructuras administrativas no establecerán cauces de
participación para la universidad ni ninguna otra instancia académica o cívica.
Aproximación al paisaje
¿En qué medida este tipo de enfoques científicos seguidos por
Hernández-Pacheco acusa la influencia cultural de la Institución Libre de
Enseñanza? Desde luego, geólogos y geógrafos de la Institución se desenvuelven
en la tradición sintética e integradora en el estudio de la Tierra que
inaugurara Alexander von Humboldt (Ortega, 1992). Pero además cabe relacionar
tentativamente el legado intelectual de la filosofía krausista con las
concepciones globalizadoras de la naturaleza y el paisaje de HernándezPacheco,
así como con su sensibilidad para las dimensiones estéticas de la experiencia
del medio natural (Casado, 1997: 152-153). El krausismo fue, como es bien
sabido, la corriente de pensamiento en la que se formaron los primeros
institucionistas y entre ellos los ya citados maestros de Hernández-Pacheco. Es
sobre todo el caso de Calderón, a quien sus ambiciones teóricas les llevaron a
tratar de establecer puentes entre sus investigaciones geológicas concretas y
marcos filosóficos más amplios. Aunque no tan especulativo como Calderón,
también Macpherson mostró preocupación por integrar sus observaciones geológicas
en interpretaciones lo más generales que fuera posible, siendo características
de su obra, como dijo su propio discípulo, "la amplitud de las concepciones y el
carácter sintético de los estudios, relativos frecuentemente al conjunto
peninsular" (Hernández-Pacheco, 1927). En ambos casos la concepción krausista
del mundo como un todo unitario, orgánico y armónico se correspondía con la
búsqueda de un tipo de ciencia igualmente global y sintética que ofreciera una
explicación de los distintos elementos de la naturaleza como partes orgánicas y
cambiantes de un único ser (Baratas, 1997: 18-22).
Está por hacer un estudio en profundidad que examine el modo en que la
filosofía krausista y el resto del universo intelectual de los institucionistas
influyó en su conocida, y entonces novedosa, afición a la naturaleza silvestre,
a las excursiones, a la contemplación del paisaje y al ejercicio al aire libre.
Pero no cabe duda de que aquí también hay una conexión y, en cualquier caso,
Hernández-Pacheco tuvo de nuevo en sus maestros un excelente ejemplo en este
sentido. Él mismo recordará a Calderón saliendo "con sus discípulos al campo"
para enseñar directamente "ante el libro de la Naturaleza" (Hernández-Pacheco,
1911). Y cuando en 1932 se inaugure la Fuente de los Geólogos, construida por
iniciativa suya en la sierra de Guadarrama, la dedicará a Casiano de Prado, José
Macpherson, Salvador Calderón y Francisco Quiroga como "los primeros hombres de
ciencia" que "sintieron profundamente el amor por la naturaleza y el paisaje"
(HernándezPacheco, 1933).
En resumen, las concepciones unitarias y orgánicas de los fenómenos naturales
presentes en el trasfondo filosófico de los científicos institucionistas no
pudieron por menos de influir en la amplitud de intereses de HernándezPacheco,
cultivador de diversas ramas de la geología, la geografía física, la
paleontología y la prehistoria. Esta influencia parece especialmente clara en la
elección que hará del concepto de paisaje como punto de vista sintético para la
comprensión y la descripción de la naturaleza. Si al entedimiento del paisaje
sumamos el sentimiento, también rastreable en sus maestros, obtendremos el
contexto fundamental para situar su conservacionismo.
Merece la pena detenerse un instante en la aproximación de Hernández-Pacheco
al paisaje, tema sobre el que elaboró un original desarrollo conceptual,
aplicándolo en varios ensayos y procurando siempre, de nuevo a imitación de sus
maestros, tomar el conjunto de la Península como marco de referencia general. Él
mismo alude explícitamente a Macpherson y Calderón como pioneros en España de
este tipo de intereses científicos, e incluso cita como precedente anterior a
Casiano de Prado, en el discurso pronunciado en 1934 en la Academia de Ciencias
Exactas, Físicas y Naturales con el que presentó su ensayo de una "teoría
científica del paisaje" y su aplicación concreta al "paisaje hispano"
(HernándezPacheco, 1934a). De esta aproximación científica al paisaje se ha
subrayado su modernidad desde el punto de vista de la ecología (González
Bernáldez, 1981) y su interés en el marco del pensamiento geográfico español de
la época (Ortega, 1992) y de las relaciones entre geografía y geología (Martínez
de Pisón, 1995).
Pero, aunque fuera en su famoso discurso de 1934 cuando les diera una
formulación más clara, las ideas de Hernández-Pacheco sobre el paisaje ya se
habían traslucido en su labor conservacionista previa, como luego se verá.
Además, hay testimonios de que su elaboración precisa había comenzado cuando
menos en 1926, año en que impartió en la Residencia de Estudiantes una serie de
dos conferencias bajo el título común de "La geología y el paisaje (Ensayo de un
estudio científico de los paisajes españoles)".
- "En la primera analizó la Fisiografía peninsular en relación con el paisaje.
La situación geográfica, el relieve, la litología, el clima y la vegetación, los
elementos constitutivos del paisaje ibérico. En la segunda hizo una exposición
de los paisajes españoles atendiendo al roquedo como elemento fundamental:
a) Las rocas plutónicas y sus paisajes. b) Las rocas neptúnicas y
sus paisajes" (Residencia, 1926).
Muchos años después HernándezPacheco
volverá sobre el tema en un amplio apartado de su gran obra de conjunto
Fisiografía del Solar Hispano (HernándezPacheco, 1955 y 1956), publicada
hacia el final de su vida.
¿Pero cuál era la visión del paisaje de Hernández-Pacheco? En primer lugar,
era una visión científica. Aspiraba a crear nada menos que una "Teoría
científica del paisaje", considerándolo no "en el aspecto estético, sino en el
de las ciencias de la Naturaleza" y definiéndolo como "la manifestación
sintética de las condiciones y circunstancias geológicas y fisiográficas, que
concurren en un país" (Hernández-Pacheco, 1934a). Sistematizó los componentes
del paisaje en tres categorías. Para él, los fundamentales eran el roquedo y la
vegetación. Así, la distinción que estableció entre una Hispania silícea, una
Hispania calcárea y una Hispania arcillosa le servía para estructurar una
primera visión de la variedad de nuestros paisajes, a la que se añadía la
división también fundamental entre una Hispania húmeda y otra seca, con
comunidades vegetales bien distintas. Entre los elementos complementarios
incluía el estado del cielo y las masas de agua. Por último estaban los
accesorios, tales como los animales silvestres, los ganados o los cultivos. En
este tercer apartado aceptaba también a los seres humanos y sus construcciones,
pero siempre que correspondiesen a modos de vida tradicionales y por tanto
estrechamente vinculados a las condiciones del medio natural. Porque ese es el
segundo aspecto fundamental de la visión del paisaje de Hernández-Pacheco, su
limitación a lo natural. El paisaje es así el producto de los elementos y las
leyes de la naturaleza. Para el científico su belleza está en su condición de
síntesis, de resultado final y visible de múltiples elementos y relaciones
subyacentes, causalidades y regularidades que se pueden interpretar. En la
medida en que el hombre obedece y se adapta a esas leyes forma parte del
paisaje. Pero la civilización moderna impone una lógica distinta y "con las
intensas modificaciones y transformaciones que el hombre realiza en la
superficie del Globo" el paisaje "pierde sus principales características
fundamentadas en la Naturaleza" (Hernández-Pacheco, 1934a).
De la teoría a la práctica
Los hechos que marcan el desarrollo de la primera política de conservación de
la naturaleza en España se pueden resumir fácilmente. Fue Pedro Pidal, ya se ha
dicho, quien desde su puesto de Senador vitalicio defendió y logró que se
aprobara la Ley de Parques Nacionales en 1916. Su breve articulado abría una
posibilidad nueva en nuestro ordenamiento jurídico, la protección por el estado
de ciertos lugares con el objeto de "respetar y hacer que se respete la belleza
natural de sus paisajes, la riqueza de su fauna y de su flora y las
particularidades geológicas o hidrológicas que encierren". En 1917 se promulgaba
el desarrollo reglamentario de la Ley a través de un Real Decreto que establecía
la creación de una Junta Central de Parques Nacionales, dependiente del
Ministerio de Fomento y presidida por el Director General de Agricultua, Minas y
Montes, como organismo rector de la nueva responsabilidad asumida por el estado.
Como cargo ejecutivo se crea la figura del Comisario General de Parques
Nacionales, puesto que lógicamente se asigno a Pidal, y se da cabida a vocales
políticos y técnicos y a un universitario, "un Profesor de Ciencias Naturales de
la Universidad Central", que iba a ser Eduardo Hernández-Pacheco. El Decreto
asignaba a los Distritos Forestales la tarea de acopiar información sobre los
sitios potencialmente merecedores de protección y, considerando que sólo lugares
excepcionales podían merecer la categoría de Parque Nacional, preveía ya la
posibilidad de una segunda figura de menor rango, llamada Sitio Nacional.
En 1918 se aplicó por vez primera la nueva legislación con la creación del
Parque Nacional de la Montaña de Covadonga, en los picos de Europa asturianos y
leoneses, y el Parque Nacional del Valle de Ordesa, en el Pirineo oscense.
Detrás de ambos, pero especialmente del de Covadonga, estuvo la intervención
directa de Pidal. La figura de Parque Nacional no se iba a volver a aplicar y la
de Sitio Nacional solo una vez, en 1920, en el Sitio Nacional del Monte de San
Juan de la Peña, en la provincia de Huesca.
Será en 1927 cuando una Real Orden revitalice la acción conservacionista, al
establecer, por iniciativa de Hernández-Pacheco, las nuevas figuras de Sitio
Natural de Interés Nacional y Monumento Natural de Interés Nacional. Hasta 1936
se crean catorce Sitios y un Monumento, repartidos por todo el territorio, desde
Lugo hasta Murcia, que abarcan parajes costeros e interiores, medios palustres,
forestales y de montaña. Son los años de la dictadura de Primo de Rivera y en
1929 un nuevo Real Decreto reorganiza la Junta Central de Parques Nacionales,
reforzando su dependencia del poder político, al aumentar el número de vocales
que podían ser designados por el Ministro. También se establece que uno de los
vocales sea Delegado Inspector de Sitios y Monumentos Naturales de Interés
Nacional, cargo que recaerá en Hernández-Pacheco.
Llega la República en 1931 y se procede a una nueva reorganización. En junio
de ese año un Decreto del Gobierno provisional refunde la Junta en una Comisaría
de Parques Nacionales, simplifica su composición, integrada ahora solo por
vocales técnicos y académicos, y reune en una misma persona los cargos de
Comisario y Presidente del nuevo organismo. Esa persona será, a pesar de su
título de marqués y de su clarísima vinculación con el anterior régimen
monárquico, Pedro Pidal. Continuará también Hernández-Pacheco, quien estaba
preparando entonces la publicación de la serie Guías de los Sitios Naturales de
Interés Nacional. En la primera de estas guías, dedicada al Guadarrama, se hizo
insertar, en la cubierta posterior, una nota muy significativa.
- "Este libro de la naturaleza hispana, publicación oficial del Ministerio de
Fomento, comenzó a imprimirse cuando España estaba sometida al régimen de la
monarquía; terminó cuando el sol de la libertad alboreaba y la República nacía,
serena y pujante, en nuestra patria. Todos los que han colaborado en esta guía
expresan su satisfacción por poder consignar aquí, libremente, su entusiasmo por
la República Española" (Hernández-Pacheco, 1931).
La República trae a la
sociedad española una clima de participación cívica y dinamismo político que se
refleja en la política conservacionista. La nueva Consitución republicana
incluyó en su artículo 45 una mención expresa a la protección de "los lugares
notables por su belleza natural" y el ritmo de declaración de Sitios Naturales
de Interés Nacional se incrementó.
Sintonías y diferencias
Los orígenes y desarrollo de la política conservacionista hasta llegar a este
punto quedaron recogidos por el propio Hernández-Pacheco en su informe sobre
La Comisaría de Parques Nacionales y la protección de la naturaleza en
España, que se publicó en 1933 como tercer volumen de la citada serie de
Guías de los Sitios Naturales de Interés Nacional y que es fuente de gran
interés por reflejar de primera mano la visión desde dentro de uno de los
protagonistas (Hernández-Pacheco, 1933).
No es mucho más lo que pudo hacerse hasta 1936, pero hay un par de datos
significativos que es preciso anotar. El primero es la nueva reorganización de
la Comisaría de Parques Nacionales por Decreto del ahora Ministerio de
Agricultura de fecha 13 de abril de 1934. Un detallado reglamento aumenta la
representación de los naturalistas. Al profesor de la Universidad Central, que
ahora se especifica será un "Profesor de Geología o Geografía física", es decir,
exactamente las cátedras que regentaba Hernández-Pacheco, se añade un zoólogo
del Museo Nacional de Ciencias Naturales, tal como provisionalmente había
establecido un Decreto específico en 1932, y un botánico de la Escuela de
Ingenieros de Montes. La figura de Delegado de Sitios y Monumentos Naturales de
Interés Nacional se refuerza, al estipular entre sus funciones la de "dirigir la
publicación de los libros, guías e itinerarios que previamente hayan sido
acordados por la Junta", que es lo que, como ya se ha visto, venía de hecho
haciendo Hernández-Pacheco. Otro detalle, aparentemente menor pero cargado de
consecuencias, es que el nombramiento de los guardas de los Parques Nacionales,
que el Real Decreto de 1929 encomendaba individualmente al Comisario, pasa ahora
a ser competencia colegiada de la Comisaría.
Estalla entonces el conflicto que, más o menos larvado, debía de haber
comenzado años antes entre Pidal y Hernández-Pacheco. El poder y el protagonismo
crecientes del segundo a costa del primero acabarán, en una coyuntura política
concreta, en la salida de Pidal de la Comisaría. La pelea abierta se produce a
cuenta de unos nombramientos de guardas (Pidal, 1934, 1935, Fernández, 1998),
asunto que Pidal había llevado hasta entonces de modo muy personal. Pidal se ve
desautorizado y acusa a Hernández-Pacheco de intrigar para marginarle. La
insostenible situación la resuelve el Gobierno en contra de Pidal, al promulgar
un Decreto en marzo de 1935 por el que se establece ocupe la presidencia de la
Comisaría el Director General de Montes, Pesca y Caza. Al haberse refundido
desde 1931 los cargos de Presidente y Comisario, la medida suponía, aunque no se
dijese expresamente, la desaparición del Comisario y por tanto de Pidal.
El final agrio de la relación entre Pidal y Hernández-Pacheco no debe
oscurecer los aspectos positivos que, en conjunto, predominaron en su relación.
Tampoco debe hacer suponer que su enfrentamiento fuera simplemente un caso más
de lucha por una parcela de poder. Ciertamente, debió de haber fricción entre
dos personajes de carácter fuerte y ambicioso a quienes gusto ser protagonistas
en sus respectivos terrenos. En el de la conservación ambos coincidieron, y la
actitud de Hernández-Pacheco fue durante mucho tiempo la leal colaboración.
Fue Hernández-Pacheco quien en 1917 promovió en la Real Sociedad Española de
Historia Natural, que entonces presidía, una felicitación oficial a Pidal por su
"patriótica iniciativa" de crear en España los parques nacionales
([Hernández-Pacheco], 1917). Y una vez integrado en la Junta Central de Parques
Nacionales, promovió iniciativas que no eran opuestas sino complementarias de
las de Pidal. Este se centró en su idea original de Parque Nacional y en los dos
únicos lugares a los que se aplicó, Covadonga y Ordesa, donde actuó siempre de
acuerdo a su personal criterio y bien puede decirse que gracias a su entusiasmo
y su empuje ambos parques fueron algo más que una declaración sobre el papel. A
su vez, Hernández-Pacheco desarrolló la figura alternativa de Sitio Natural de
Interés Nacional, de acuerdo a su visión del territorio y el paisaje ibéricos, y
se preocupó de lo que podría llamarse la extensión de la conservación, a través
de una cuidada serie de publicaciones, faceta esta última que coincidía
plenamente con la que había desarrollado en su vertiente de investigador.
De hecho, es curioso comprobar el paralelismo entre la situación de
Hernández-Pacheco en la Junta Central de Parques Nacionales y la que tuvo en la
Comisión de Investigaciones Paleontológicas y Prehistóricas. Como ya se dijo,
esta Comisión fue creada en 1912 con carácter oficial. Como Presidente tuvo a
otro influyente aristócrata de ideología conservadora, Enrique de Aguilera y
Gamboa, marqués de Cerralbo, que destacó como coleccionista y arqueólogo
entusiasta. Y nuevamente, en segundo plano pero con amplia capacidad para
desarrollar sus iniciativas, aparece Hernández-Pacheco como Jefe de Trabajos de
la Comisión. Además, e igual que en la Junta, será él el encargado de la labor
editorial, bajo el título de Director de Publicaciones. En su dedicación a la
prehistoria no le faltaron tampoco a Hernández-Pacheco los enfrentamientos
personales, como el que le opuso vivamente a Hugo Obermaier, uno de los
colaboradores fundamentales de la Comisión (Moure, 1996).
En general, si se repasa la trayectoria científica de Hernández-Pacheco,
puede comprobarse que su fuerte personalidad le arrastró con cierta frecuencia a
la polémica y la oposición con sus pares. Otro tanto puede decirse de la vida
social y política de Pidal. Conviene pues relativizar la incompatibilidad que,
si se atiende a las manifestaciones que se produjeron en los momentos más
álgidos del conflicto, pudiera parecer existió entre las posiciones
conservacionistas de ambos, sin negar por ello las diferencias que de hecho
existieron. Por ejemplo, y tal como afirma Joaquín Fernández, los ataques de
última hora que Pidal dirigió a la figura de Sitio Natural de Interés Nacional
impulsada por Hernández-Pacheco, no reflejan probablemente su verdadera actitud,
que si no fue especialmente proclive a esta idea tampoco fue de activa enemistad
contra ella (Fernández, 1998).
Modernizar la conservación
¿Cuál fue la visión de Hernández-Pacheco? En su informe de 1933 sobre La
Comisaría de Parques Nacionales y la protección de la naturaleza en España,
se explican con claridad sus planteamientos. Por un lado, aportó propuestas para
superar los problemas que habían aparecido en el ensayo de importar los parques
nacionales a España. Pidal estudió el modelo y la organización de los parques en
su lugar de origen, Estados Unidos, y trató de aplicarlo con buen criterio. La
experiencia demostró sin embargo algunos desajustes. No había, en rigor, lugares
salvajes en "un país de tan vieja historia como España", observa
Hernández-Pacheco, sino que "existían diferentes y antiguos derechos sobre los
territorios declarados Parques Nacionales, derechos pertenecientes a los pueblos
inmediatos y que consistían en aprovechamientos forestales y de pastoreo". Desde
el principio la conciliación de la tutela conservacionista ejercida por el
estado con los usos practicados por las poblaciones locales resultó conflictiva.
Con la figura de Sitio Natural de Interés Nacional se trataba en cambio,
aprendiendo de la experiencia, de proteger lugares en los que "se respetan los
derechos de propiedad de las corporaciones o particulares, con las restricciones
indispensables a la conservación". Lo cual "favorece en cierto modo a los
pueblos y propietarios, por lo que supone desarrollo del turismo y el
conveniente fomento de vías de acceso y de comunicación". Es decir, la
participación y el desarrollo de las comunidades locales como objetivo de
partida en la política de conservación. Otra cosa es que este objetivo llegará o
no a cumplirse en el corto periodo en que pudo ensayarse.
Por otro lado, concibió una vía para extender y desarrollar la acción
conservacionista más allá del logro inicial conseguido por Pidal en Covadonga y
Ordesa. Pidal creía, nuevamente con buen criterio, que la figura de Parque
Nacional no debía en aquel momento prodigarse y que no procedía por tanto
intentar nuevas declaraciones. Pero estos dos lugares, sin duda magníficos,
representaban solo una faceta de la naturaleza ibérica. En la elección de
Covadonga y Ordesa se acusaban la influencia del modelo estadounidense imitado
por Pidal y sus propias inclinaciones hacia los grandes espacios de montaña,
norteños, "de carácter alpinoide o con paisaje tipo tarjeta postal" (González
Bernáldez, 1989), acordes con los cánones estéticos de la cultura alpinista de
la que él participaba y reflejo en última instancia de una sensibilidad
romántica (Gómez Mendoza, 1999). Sin embargo, la "Península Hispánica, por la
variedad de su relieve y de sus características fisiográficas", argumenta
Hernández-Pacheco, "presenta gran número de parajes repartidos por el ámbito
peninsular, de extraordinaria belleza natural y con características pintorescas
muy diferentes". Con la figura de Sitio Natural de Interés Nacional
Hernández-Pacheco quiere dar cabida a esa diversidad, que a él le ha interesado
captar y sintetizar en sus obras de conjunto sobre la Península. Advierte además
que ha de atenderse "a la protección de los tres elementos fundamentales del
paisaje: el roquedo, la vegetación y la fauna", es decir, los mismos que había
reconocido en sus trabajos de aproximación científica al paisaje.
La variedad y la originalidad de la naturaleza ibérica respecto a otras
regiones de Europa había sido una referencia constante para la labor científica
de los naturalistas españoles desde mucho tiempo antes, cuando se percibió el
atraso comparativo del conocimiento de nuestro medio natural y la necesidad de
superarlo, para lo cual era preciso reconocer el propio territorio y sus
elementos singulares (Casado, 1994). La idea de conservación tampoco había sido
en absoluto ajena a los naturalistas, desde que en 1874 el geólogo Juan de
Vilanova hablara por primera vez en España de los parques nacionales (Casado,
1991). Por ello no es de extrañar que en el seno de la Sociedad Española de
Historia Natural y en otros foros naturalistas se formularan propuestas de
conservación y que estas tuvieran a menudo por objeto aspectos singulares de la
gea, la flora y la fauna nacionales, como la Ciudad Encantada de Cuenca, el
águila imperial en Doñana o la foca monje en el Mediterráneo (Casado, 1991).
Todo ello tendrá continuidad en la actuación conservacionista de
Hernández-Pacheco. Ya en su primera publicación sobre el tema, presentada en la
Real Sociedad Española de Historia Natural en 1920, había llamado a la
protección de "pequeños accidentes del suelo patrio y bellezas naturales de
diversa índole" mediante "la declaración de monumentos naturales de interés
nacional" (HernándezPacheco, 1920). Y cuando poco después acudiera como
delegado español al Premier Congrès International pour la Protection de la
Nature, celebrado en París en 1923, este iba a ser el tipo de estrategia que más
le interesase.
"Mucho más que la cuestión de Reservas o Parques Nacionales, ha ocupado la
atención del Congreso lo relativo a la conservación de los sitios o lugares
agrestes de gran belleza natural que se conocen con la denominación de
"Monumentos naturales". La mayor parte de las naciones europeas llevan muy
adelantada la catalogación de estos; algunas, terminadas o en vias de dictarse
disposiciones oficiales análogas a las que se refieren a los monumentos
nacionales de carácter artístico o arqueológico" (Hernández-Pacheco, 1923).
No le faltaba razón en su apreciación. Porque, si bien se ha destacado a
menudo que España fue uno de los primeros países en implantar los parques
nacionales en Europa, no debe suponerse por ello que fuéramos pioneros de la
conservación europea en general. La creación de reservas para la protección de
las aves o de ciertas bellezas naturales era común en Gran Bretaña desde finales
del siglo anterior. Y en los primeros años del siglo veinte se extendieron
iniciativas similares en otros países e incluso se creo un cierto movimiento
internacional. Antes del congreso de París al que se refería Hernández-Pacheco
hubo otras reuniones internacionales. Por ejemplo, la conferencia para la
protección de la naturaleza celebrada en Berna en 1913, donde se presentó lo
realizado en diferentes países que habían comenzado, antes que en España,
políticas de conservación. Entre sus impulsores figuraban también los
científicos. Por ejemplo, Hugo Conwentz, botánico y director del museo de
historia natural de la entonces ciudad alemana de Danzig, hoy la polaca Gdansk,
quien promovió el establecimiento de toda una serie de reservas en Alemania,
donde existía desde 1906 un organismo estatal con este fin. Conwentz creía que
en Europa, exceptuando regiones como los Alpes, Rusia o el Ártico, era difícil
establecer grandes reservas y, sin embargo, consideraba de "especial importancia
disponer la creación de reservas del más variado tipo, distribuidas por todo
el país, incluso aunque sean de área muy pequeña" (Conwentz, 1914). Es
manifiesta la coincidencia de este planteamiento, enfatizado con cursivas por su
autor, con las ideas de Hernández-Pacheco.
Es más, la propia legislación española, en el Real Decreto de 1917 que
desarrollaba la Ley de Parques Nacionales, recogía ya esta idea y, como se
adelantó, preveía la figura de Sitio Nacional. Preveía también la posibilidad de
utilizarla en función de las propuestas de asociaciones y agentes locales, dando
así una dimensión participativa a la conservación y convirtiéndola en factor de
desarrollo, fundamentalmente a través del fomento del turismo (Mata, 1992). Sin
embargo, esta posibilidad, como también se vió, apenas tuvo efectividad.
Será entre 1927 y 1936, con la creación la figura de Sitio Natural de Interés
Nacional y su aplicación bajo la dirección de Hernández-Pacheco, cuando
reaparezcan estos intereses. Y hay que insistir en que adoptan una forma
elaborada y precisa, de acuerdo a la aproximación científica que aporta
Hernández-Pacheco respecto al paisaje en general y al paisaje ibérico en
particular. Influyen por otro lado circunstancias y limitaciones propias de toda
acción práctica, por lo que la lista de lugares protegidos no puede en absoluto
entenderse como una traducción directa de su planteamiento teórico. No es, por
tanto, una selección ideal, pero sí notablemente variada. Aparecen los parajes
costeros, como el cabo Villano o la estaca de Bares, los roquedos y formas
erosivas singulares, como la citada Ciudad Encantada o el torcal de Antequera,
los bosques mediterráneos, como sierra Espuña, y los medios palustres, como las
lagunas de Ruidera. Al referirse a esta etapa de la política conservacionista y
a sus criterios, Josefina Gómez Mendoza, acertadamente, encuentra presentes
"tanto los elementos de continuidad como los de cambio", pero, a mi entender,
sobrevalora los primeros al afirmar que en el entendimiento del paisaje "lo
significativo es que los argumentos sigan siendo casi idénticos a los iniciales"
(Gómez Mendoza, 1999).
"Montaña de tipo levantino", "formas fantásticas que la erosión ha labrado en
las calizas cretáceas", "bellísimo matorral de acebos", "especial carácter que
presentan las rías altas", "pinares excelentemente cuidados", son algunos de los
rasgos y componentes del paisaje que Hernández-Pacheco va desgranando al reseñar
los Sitios Naturales de Interés Nacional en su informe de 1933, mostrando una
innegable amplitud de criterio. Es más, a este conjunto de espacios protegidos
cabría atribuir, en un sentido laxo, la idea de representatividad, en tanto que
muestra de la variedad de la naturaleza ibérica.
Subyacente en el conjunto de su actuación, tal idea se hace explícita al
menos una vez en la actuación de Hernández-Pacheco. Me refiero a la protección
de espacios naturales en la sierra de Guadarrama. Ante la imposibilidad de
declarar protegida toda la sierra, para la que algunos habían pedido un Parque
Nacional (Gómez Mendoza, 1992), se seleccionaron tres lugares concretos
aplicando, de forma consciente y con un sentido preciso y moderno, el criterio
de representatividad (Casado de Otaola, 1997). Fue en 1930, a través de una Real
Orden, cuyo preámbulo, a todas luces redactado por Hernández-Pacheco, explica
que "se limita la declaración oficial que se propone de Sitios naturales de
interés nacional, a aquellos tres lugares de la sierra de Guadarrama de más
notable importancia en el concepto expresado y que pueden considerarse como
representativos de los tres elementos del paisaje que en armónico conjunto dan a
la castellana sierra la reputación que en justicia se le asigna en relación con
la estética de la naturaleza". Uno era La Pedriza del Manzanares, máxima
expresión de la riqueza de formas del roquedo granítico. Otro, el pinar de la
Acebeda, como muestra bien desarrollada del tipo de formación forestal serrana
más conspicua. El tercero, el área de la cumbre, el circo y las lagunas de
Peñalara, núcleo culminante de la sierra con los mejores ejemplos de hábitats
supraforestales y de morfología glaciar.
Rafael Mata proporciona información adicional, que confirma que la aplicación
de la idea de representatividad no fue casual sino fruto de la voluntad de
aplicar un criterio que permitiese optimizar la conservación dentro de las
limitaciones económicas y prácticas a que se enfrentaba. Igual que en el
Guadarrama, se propuso hacia 1930 la creación de un Parque Nacional en Sierra
Nevada y, también del mismo modo, Hernández-Pacheco propuso una solución
alternativa frente a la imposibilidad económica de asumir en aquel momento la
gestión de un espacio tan grande y en gran parte formado por propiedades
particulares. Decía Hernández-Pacheco en su informe que cabía "que algunos
parajes de la mencionada Sierra de gran belleza natural, de límites precisos y
área reducida", pudieran, especialmente si eran de propiedad pública, ser
declarados Sitios Naturales de Interés Natural, como se había hecho
"recientemente por Orden de 30 de septiembre de 1930 (Gaceta de 12 de octubre)
respecto a la sierra de Guadarrama" (Mata, 1992). Atendiendo estas razones, una
de las entidades proponentes rehizo en 1931 la solicitud limitándola a "los
puntos que mejor encarnan la múltiple y variada personalidad de Sierra Nevada"
(Mata, 1992). La solicitud no llegó en este caso a plasmarse en medidas
concretas pero muestra el potencial de una idea. Una idea que combinaba el
realismo posibilista de unas figuras de protección modestas y flexibles con el
rigor científico de la selección representativa a partir del conocimiento del
conjunto.
Otro aspecto interesante de la Real Orden de 1930 sobre protección de
espacios en el Guadarrama es que con ella se inauguraba la figura de Monumento
Natural de Interés Nacional, pues establecía fuera declarado como tal "un risco
o canchal granítico, con grandes piedras caballeras, que se halla situado en el
término municipal de Guadarrama" bajo la denominación de "Peña del Arcipreste de
Hita", en homenaje al autor castellano que en otro tiempo atravesara estos
montes y escribiera sobre ellos. Aparece aquí la idea de síntesis, tan
importante en todo el pensamiento de Hernández-Pacheco sobre el paisaje, cuando
se dice que este lugar puede "considerarse como sintético de las características
peculiares a los paisajes serranos del Guadarrama".
Un último componente de la visión de Hernández-Pacheco debe ser subrayado, y
nuevamente encontramos en su informe sobre La Comisaría de Parques Nacionales
y la protección de la naturaleza en España manifestaciones explíticas al
respecto. Los espacios naturales protegidos aparecen aquí asociados a una
función redentora para la sociedad, "como asilos de tranquilidad y de paz en
este turbulento y angustioso vivir de los tiempos modernos". Pero "no como
lugares reservados a uno solo, a unos privilegiados, sino como lugares abiertos
a todos los ciudadanos", es decir, entendidos desde la democracia y la justicia
social como un patrimonio común cuya protección solo adquiere sentido si
garantiza su disfrute, y los efectos beneficiosos que de ello se derivan, al
conjunto de la población. "Por esto debe ser el Estado el que cuide de ellos y
el que los proteja y el que los tenga a disposición de todos". ¿Y cuáles son
esos efectos benéficos de la experiencia de la naturaleza silvestre?
Pidal había exaltado las virtudes morales de los parques nacionales desde un
punto de vista cercano a lo religioso, pues para él eran una especie de
santuarios laicos donde recuperar, en contacto con la naturaleza, valores
esenciales para la salud espiritual de la nación, un "verdadero templo del
Altísimo, en que se oxigenan el alma y los pulmones y se cobran alientos,
fuerzas, para seguir con la vida de trabajo por las grandes urbes y por entre
casas de veinte, treinta, cuarenta y hasta cincuenta pisos..." (Pidal, 1919).
Hernández-Pacheco comparte esta visión moral de la conservación, pero la inserta
en raíces diferentes, en un discurso cívico que toma como referencia al "hombre
culto y de paz", dice en su informe de 1933, que entiende las "bellas especies
de animales salvajes" no como"codiciables piezas de caza, sino para encanto de
la vista". No es difícil relacionar su perspectiva con la tradición y los
ideales de la Institución Libre de Enseñanza y, por tanto, no extraña que sea
especialmente sensible a los aspectos educativos. Le preocupa no solo facilitar
el acceso físico a los lugares protegidos, cuestión muy presente desde las
primeras propuestas de Pidal, sino también el acceso intelectual y educativo. De
ahí su interés en la difusión de publicaciones divulgativas y su llamamiento a
otros naturalistas a colaborar "en la redacción de guías y folletos pertinentes
a los sitios y monumentos naturales, pues el fin principal de tales
publicaciones es de orden cultural, difundiendo el conocimiento de la ciencia de
la Naturaleza" (HernándezPacheco, 1930).
Las palabras con las que abrió la primera de esas guías sintetizan bien su
voluntad de vincular la conservación con ideales democráticos y de progreso.
- "La dura necesidad de vivir hay que procurar transformarla en el placer de
vivir, aspiración de verdadero progreso y civilización de la humanidad, siempre
que este ideal sea en beneficio de todos y no de los fuertes y afortunados a
expensas de los débiles y desgraciados" (Hernández-Pacheco, 1931).
Eduardo
Hernández-Pacheco hizo, en resumen, una aportación modernizadora a la incipiente
política de conservación de la naturaleza, a través de una propuesta modesta y
flexible, y por eso mismo realista, que introdujo la idea de representatividad y
buscó fomentar los valores democráticos y educativos de la conservación.
Bibliografía
BARATAS, L. A. (1997), Introducción y desarrollo de la biología
experimental en España entre 1868 y 1936, Madrid, Consejo Superior de
Investigaciones Científicas.
CASADO, S. (1991), "Pioneros de la conservación de la naturaleza en España",
Quercus, 70, 32-38.
CASADO, S. (1994) "La fundación de la Sociedad Española de Historia Natural y
la dimensión nacionalista de la historia natural en España", Boletín de la
Institución Libre de Enseñanza, 19, 45-64.
CASADO, S. (1997) Los primeros pasos de la ecología en España, Madrid,
Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación y Publicaciones de la Residencia
de Estudiantes.
CASADO, S. (1998) "La Ecología y la conservación de la naturaleza en la
historia de la Real Sociedad Española de Historia Natural". En: BARATAS, A. y
FERNÁNDEZ, J. (Editores), Aproximación histórica a la Real Sociedad Española
de Historia Natural, Memorias de la Real Sociedad Española de Historia
Natural, 1,159-180.
CONWENTZ, H. (1914) "On national and international protection of Europe",
The Journal of Ecology, 2, 109-122.
FERNÁNDEZ, J. (1998) El hombre de Picos de Europa. Pedro Pidal, marqués de
Villaviciosa: fundador de los Parques Nacionales, Madrid, Caja Madrid.
FERNÁNDEZ, J. y PRADAS, R. (1996) Los Parques Nacionales españoles (Una
aproximación histórica), Madrid, Organismo Autónomo Parques Nacionales.
GÓMEZ MENDOZA, J. (1992a) Ciencia y política de los montes españoles
(1848-1936), Madrid, Icona.
GÓMEZ MENDOZA, J. (1992b) "Los orígenes de la política de protección de la
naturaleza en España: la iniciativa forestal en la declaración y en la gestión
de los parques". En: CABERO, V. et al., El medio rural español.
Cultura, paisaje y naturaleza, Salamanca, Universidad de Salamanca,
1045-1057.
GÓMEZ MENDOZA, J. (1999) "Paisaje y espacios naturales protegidos en España",
Boletín de la Institución Libre de Enseñanza, 34 y 35, 131-152.
GONZÁLEZ BERNÁLDEZ, F. (1981) Ecología y paisaje, Madrid, H. Blume.
GONZÁLEZ BERNÁLDEZ, F. (1989) "Relación entre espacios naturales protegidos y
protegibles. Los términos de una polémica". En: Supervivencia de Espacios
Naturales, Madrid, Casa de Velázquez y Ministerio de Agricultura, Pesca y
Alimentación, 45-59.
HERNÁNDEZPACHECO, E. (1911) "El profesor D. Salvador Calderón y Arana y su
labor científica", Boletín de la Real Sociedad Española de Historia Natural,
11, 405-445.
[HERNÁNDEZPACHECO, E] (1917) ["Nota sobre el reciente decreto de creación de
parques nacionales"], Boletín de la Real Sociedad Española de Historia
Natural, 17, 149-150.
HERNÁNDEZPACHECO, E. (1920) "Comunicación respecto a los Parques nacionales y
a los Monumentos naturales de España", Boletín de la Real Sociedad Española
de Historia Natural, 20, 267-282.
HERNÁNDEZPACHECO, E. (1922) Rasgos fundamentales de la constitución e
historia geológica del solar ibérico, Madrid, Real Academia de Ciencias
Exactas, Físicas y Naturales.
HERNÁNDEZPACHECO, E. (1923) Protección a la Naturaleza. Labor del Congreso
Internacional celebrado en París en mayo y junio de 1923, y comunicación
presentada por el Delegado de la Junta central de Parques Nacionales D. Eduardo
HernándezPacheco, Madrid, Comisaría de Parques Nacionales.
HERNÁNDEZ PACHECO, E. (1927) "La Geología y la Paleontología a través de la
historia", Conferencias y Reseñas Científicas de la Real Sociedad Española de
Historia Natural, 2, 165-182.
HERNÁNDEZPACHECO, E. (1930) "Reorganización de la Junta de Parques
Nacionales, y designación de "Sitios y Monumentos Naturales de interés
Nacional"", Boletín de la Real Sociedad Española de Historia Natural, 30,
78-80.
HERNÁNDEZPACHECO, E. (1931), Sierra de Guadarrama. Guías de los Sitios
Naturales de Interés Nacional 1, Madrid, Junta de Parques Nacionales.
HERNÁNDEZPACHECO, E. (1933) La Comisaría de Parques Nacionales y la
protección de la naturaleza en España. Guías de los Sitios Naturales de Interés
Nacional 3. Madrid, Comisaría de Parques Nacionales.
HERNÁNDEZPACHECO, E. (1934a) El paisaje en general y las características
del paisaje hispano, Madrid, Academia de Ciencias Exactas, Físicas y
Naturales. Reproducido en 1935 en Boletín de la Institución Libre de
Enseñanza, 59, 11-17, 39-44, 67-70, 89-94, 112-117, 124-127.
HERNÁNDEZ-PACHECO, E. (1934b) Síntesis fisiográfica y geológica de
España, Trabajos del Museo Nacional de Ciencias Naturales, Serie Geológica,
38.
HERNÁNDEZPACHECO, E. (1955 y 1956) Fisiografía del Solar Hispano,
Memorias de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales de Madrid,
Serie de Ciencias Naturales, 16.
LÓPEZ RAMÓN, F. (1980) La conservación de la naturaleza: los espacios
naturales protegidos, Bolonia, Real Colegio de España.
MARTÍNEZ DE PISÓN, E. (1995) "La primera Geomorfología española". En:
Geógrafos y naturalistas en la España Contemporánea. Estudios de historia de
la ciencia natural y geográfica, Madrid, Universidad Autónoma de Madrid,
81-106.
MATA, R. (1992) "Los orígenes de la política de espacios naturales protegidos
en España: la relación de "Sitios Notables" de los distritos forestales (1917)".
En: CABERO, V. et al., El medio rural español. Cultura, paisaje y
naturaleza, Salamanca, Universidad de Salamanca, 1067-1077.
MOURE, A. (1996) "Hugo Obermaier, la institucionalización de las
investigaciones y la integración de los estudios de prehistoria en la
universidad española". En: MOURE, a. (Editor), "El hombre fósil" 80 años
después, Santander, Universidad de Cantabria.
MUÑOZ, G. (1962) Parques Nacionales españoles, Madrid, Dirección
General de Montes, Caza y Pesca Fluvial.
ORTEGA, N. (1992) "La concepción de la geografía en la Institución Libre de
Enseñanza y en la Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones
Científicas". En: GÓMEZ MENDOZA, J. y ORTEGA, N. (Directores), Naturalismo y
geografía en España, Madrid, Fundación Banco Exterior.
PIDAL, P. (1919) Política al alcance de todos, Madrid, Imp. de Ramona
Velasco.
PIDAL, P. (1934) El caso de los Parques Nacionales, Gijón, Tipografía
La Industria.
PIDAL, P. (1935) Trinitario dinástico. Descubrimiento de la verdad por la
belleza, Madrid, Sucesores de Rivadeneyra.
PORTELA, E. (1983) "Eduardo Hernández Pacheco y Estevan". En: LÓPEZ PIÑERO,
J. M. et al., Diccionario histórico de la ciencia moderna en
España, Barcelona, Península, volumen I, 448-449.
REAL SOCIEDAD ESPAÑOLA DE HISTORIA NATURAL (1954) "Sucinta biografía del
Profesor Eduardo Hernández-Pacheco", Real Sociedad Española de Historia
Natural, Tomo extraordinario de trabajos geológicos publicado con motivo del 80
aniversario del nacimiento del Profesor Eduardo Hernández-Pacheco, 7-34.
RESIDENCIA (1926) "Sociedad de Cursos y Conferencias", Residencia, 1,
66-72.
SOLÉ, J. y BRETÓN, V. (1986) "El paraiso poseido. La política española de
parques naturales (1880-1935)", GeoCrítica, 63, Barcelona, Universidad de
Barcelona.