miércoles, 5 de enero de 2011

Conglomerados del Carbonífero de Rincón de Ballesteros.

En la localidad de Rincón de Ballesteros, una pedanía del municipio de Cáceres, encontramos unas de las rocas más escasas de nuestra geografía, conglomerados. Sabemos que estos materiales se acumulan en ríos y costas, y que en Extremadura son bastante raros, salvo por los que observamos actualmente en ríos como el Tiétar, el Alagón, el Guadiana o el Zújar, por citar algunos ejemplos.

Los que enseño en esta ocasión corresponden a materiales de origen continental, atribuidos a abanicos aluviales, relacionados con rellenos de cuencas intramontañosas durante el Carbonífero superior. En las estribaciones de la Sierra de San Pedro, hacia el sureste (entre Aliseda y Alcuéscar), las series conglomeráticas son más abundantes, como las que aparecen en la ermita del único poblado de colonización de secano de Extremadura (en Rincón de Ballesteros se aprovecha el alcornoque, fundamentalmente).



Durante la orogenia hercínica, hace aproximadamente unos 300 millones de años, se forman cuencas continentales (similares a las que hoy en día conforman los valles de nuestros ríos), en las que se acumulan materiales procedentes de la erosión de las sierras recién formadas por el orógeno varisco (también llamado Macizo Ibérico o Hespérico). La erosión es importante, con gran cantidad de material rodado procedente de la arroyada de las áreas-fuente próximas. Los tamaños máximos de los cantos oscilan los 30 centímetros y su naturaleza es cuarcítica, aunque también los hay procedentes de areniscas (en una de las imágenes se ve la estratificación dentro del canto rodado, como un pan hecho rodajas finas). Además, la energía del medio es elevada, pues así lo demuestra el alto grado de redondeamiento de dichos cantos. En el argot geológico a estos conglomerados se los denomina "pudingas".


En la ermita de la Perenguana (por el monte donde se localiza), podemos observar con detalle estos conglomerados, heterogéneos en cuanto a tamaño, formando un largo escudo montañoso que se sigue durante varios kilómetros hacia el noroeste. Aunque no vayas de procesión, sí puedes parar en cada uno de los pasos y hacer detalladas observaciones de estos materiales, raros por su origen y por su edad. Además, la vista hacia el sur es extraordinaria. El camino es de fácil tránsito, aunque cuesta arriba.


Y mucho cuidado con confundir con conglomerados los bolos que se ven a la entrada del pueblo, que corresponden a diques (probablemente diabasas) meteorizados, que adquieren forma esférica. Estos últimos se diferencian por el color (pardo-rojizo) y el tamaño (mayor de 30 centímetros, por lo general), tal y como puede observarse en la última imagen que muestro.

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