Esta carta que El Periódico Extremadura le publica a José María Corrales es un homenaje a la figura de don Matías Rodríguez, pero también a los hombres de ciencia extremeños:
Conocí a Matías Rodríguez hace años en Guadalupe, en uno de los eventos que hace tiempo organizaba la Asociación Micológica de Extremadura, Adenex y la Cofradía Extremeña de Gastronomía. Había asistido acompañando a un amigo común, Santiago Hernández. Por aquel entonces, Matías era el presidente de la asociación micológica que unos años antes había fundado con un grupo de farmacéuticos como él, a los que unía su afición por las setas y por Extremadura.
Matías fue uno de esos farmacéuticos que, como José Luis Pérez Chiscano, poseía una sólida formación botánica y una curiosidad por la investigación lejana a la de cualquier tipo de farmacéutico expendedor en una botica.
Hace cuatro o cinco años, acompañado de Juan Gil, fuimos a visitarlo para contarle el proyecto de crear un geoparque en las Villuercas. Con una botella de vino de Cañamero, hablamos durante horas de los Hernández Pacheco, de los Rivas Goday, de Sos Baynat, de grandes científicos extremeños que él conoció y acompañó en sus visitas a esa maravillosa comarca. Matías, a pesar de su edad, hablaba con fluidez y recurriendo a su prodigiosa memoria, que a él le parecía poca si intentaba recordar el nombre científico de una planta, un fósil o no sé qué otro ser vivo. Decía "esto es cosa de la edad" y la verdad es que a mí me cuesta mucho más que a él recordar esos nombres latinos que nos ayudan a identificar los seres de la naturaleza.
Las visitas se repitieron en varias ocasiones y cada una de ellas servía para confirmar que estábamos ante un hombre dotado de una extraordinaria sabiduría e inteligencia y de un conocimiento que trascendía del medio natural, ya que él hablaba de arqueología, de agricultura o de cualquier otro tema. Cuando nos marchábamos siempre se despedía con un "bueno, muchas gracias por vuestra visita", y nosotros le respondíamos que los agradecidos éramos nosotros por haber disfrutado de su compañía.
Hace unos meses volví a Cañamero para llevar a Matías dos libros de líquenes que acabábamos de publicar y me encontré con la puerta cerrada; un pequeño accidente le había llevado a Cáceres, por lo que esperé unos días para acercarme de nuevo a su casa; y allí lo encontré, rodeado de sus hijas, que entraban y salían de la sala donde estábamos viendo cómo su padre me contaba sus proyectos de colaboración con el geoparque y me regalaba una foto de Vicente Sos Baynat, que yo prometí devolver una vez la escaneara, aunque él dijo que yo sabría sacarle mayor partido. Fue la última vez que lo vi.
Don Matías, con 97 años, hablaba del futuro como si de un adolescente se tratara, planificaba visitas al geoparque para cuando el tiempo mejorara un poco y se interesaba por todo. La mala noticia de su muerte nos ha asaltado a todos y coincide con el momento en el que se inaugura el centro de recepción de visitantes en el geoparque. Habíamos hecho planes para que una sala llevara su nombre y él había planificado algunas cosas para esa sala. El triste destino ha truncado ese proyecto, como su muerte nos ha sumido en un profundo dolor. Pero estoy convencido de que, como el micelio subterráneo que hace nacer las setas en el campo, su obra y su memoria estarán con nosotros, los que tanto lo admiramos.
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