DEL METEORITO DE GUAREÑA
Rebuscando en unas publicaciones de Historia Natural, datos para un trabajo que ahora no hace al caso, encontré una noticia sin relación con lo que buscaba, pero que me llamó la atención por referirse a un acontecimiento extremeño de aquellos que dada su rareza no pierden nunca la actualidad. La noticia se refería al estudio hecho por el profesor de Greiswald, el célebre petrógrafo Cohen de la piedra meteórica que cayó en Guareña (Die Mateoriten von Laborel und Guareña)(1). De este estudio hecho con una partícula remitida al profesor Cohen por mi ilustre maestro D. Salvador Calderón, hacemos gracia a nuestros lectores, pues es un estudio sumamente técnico, que comprueba el de los geólogos españoles Sres. Calderón y Quiroga, limitándose a dar noticia de la estructura y composición mineralógica del pequeño trozo de astro que sorprendió con su caída a los habitantes del citado pueblo el 20 de Julio de 1892.
Probablemente pocos recordarán este hecho que no tuvo la resonancia y publicidad que el bólido de Madrid, pero los que con seguridad no lo han olvidado, son los jornaleros que en una viña cercana a Guareña, vieron con no poco susto la caída del meteorito, del cual se ocupa la revista anotada.
El fenómeno fue como todos los de esta clase. El día dicho, entre diez y once de la mañana, con lo despejado de nubes y la limpidez que tiene el cielo durante el mes de Julio en nuestro país, un colosal estruendo producido por una gran detonación a los desprevenidos habitantes de Guareña, que no acertaban a comprender la causa del inusitado ruido, dado lo despejado del cielo que hacía imposible atribuirlo a descarga eléctrica alguna.
A estas detonaciones, siguió la caída de un gran pedrusco, que con inusitada violencia chocó con el suelo, levantando densa polvareda hundiéndose a una profundidad casi de una vara de viña distante poco más de una legua del pueblo, en donde dijimos causó gran pánico a los braceros que en ella trabajaban, que lo que menos esperaban era la visita de tan brusco mensajero celeste.
No sin recelo se acercaron al sitio de la polvareda y sacaron del hoyo al perturbador, viendo que consistía en una gruesa piedra de superficie negruzca y rugosa, de forma irregular y gran peso dado su volumen. No sé cómo pasó el meteorito a propiedad del Sr. Cura párroco de Guareña , el cual se lo regaló a D. Antonio Cánovas del Castillo, el que permitió obtener fotografías de él. Afortunadamente al estallar el bólido, se dividió en fragmentos, uno de los cuales, encontrado a siete kilómetros del sitio donde cayó el anterior, fue entregado al Museo de la Comisión de Monumentos de Badajoz , cuyo director, mi querido maestro D. Tomás Romero de Castilla, dando muestras de su cultura, remitió un fragmento a los ilustres geólogos Sres. Calderón y Quiroga, pidiéndoles lo estudiasen y remitiesen un informe petrográfico con el objeto de que figurase junto al ejemplar: éste continúa en el citado Museo, donde pueden observarle los que tengan la curiosidad de tener en sus manos un trozo de un astro desecho.
Otros pedazos se repartieron por la provincia: así se sabe que cayeron uno en Mérida, otro en Badajoz, dos en Olivenza y otros dos en las inmediaciones de Villanueva del Fresno; es decir, en una superficie triangular cuyos vértices son Guareña, Badajoz y Villanueva del Fresno, y por consiguiente separados por una distancia máxima de veinte leguas.. Probablemente habría más proyecciones, que no fueron observadas, dentro de la elipse en la cual se pueden suponer situados estos pueblos.
Quizás la Comisión de Badajoz tenga noticia dónde se encuentran estos fragmentos; de todos modos más interés que esto, tiene el conocimiento de los puntos donde se verificaron caídas además de las conocidas, con el objeto de poder determinar con exactitud el área de dispersión que como se ve es extensa.
El estudio petrográfico que los Sres. Calderón y Quiroga publicaron en los Anales de la Sociedad Española de Historia Natural (2) es una obra maestra de esta clase de trabajos. No he de repetir aquí lo que puede verse en la citada publicación, únicamente haré notar que lo mismo el ejemplar regalado al Sr. Cánovas, que el existente en Badajoz, están cubiertos por una delgada costra de materia fundida de color negruzco; la masa interna es de color gris, de estructura granulada y constituida por una masa micro-cristalina lapídea, en la que se destacan a modo de granalla gránulos metálicos, unos de color gris acerado y otros más diminutos amarillo de latón, existiendo otros redondeados de color negro intenso y sin brillo; finalmente, entre los espacios que dejan los gránulos lapídeos y metálicos se observan inclusiones cristalinas redondeadas que, observadas al microscopio, muestran comunmente estructura radiante (condros de Rose). Los minerales que forman la masa lapídea son olivino en microcristales bastantes perfectos; broncita en cristales de mayor tamaño que los anteriores, y un feldespato que los geólogos citados han calificado de anoptita. La granalla metálica está formada por gránulos de hierro niquelifero los de color gris acerado; de pirrotita los amarillos, y de cromita los negros y opacos. En cuanto a los condros, unos están constituidos por un solo cristal de olivino (condros monosomáticos), mientras que otros están formados por diminutas agrupaciones de fragmentos de olivino o broncita o de ambos minerales a la vez. Como se ve, de los minerales citados, todos, excepto el hierro niquelífero, son abundantes en las rocas terrestres, y aun éste, si bien la aleación que le constituye no se encuentra en nuestro globo, sus elementos componentes el hierro y el níquel son abundantísimos en la composición de muchos minerales. Comunidad de materiales que nos da una prueba patente de la unidad de composición del Universo.
En resumen; la piedra meteórica de Guareña fue clasificada por los mencionados petrógrafos entre los Oligosideros de la clasificación de Meunier, seguida por los franceses; es decir, que en la masa lapídea que le constituye se encuentran gránulos metálicos de minerales de hierro repartidos a modo de granalla; mientras en la clasificación de Tschermak, seguida por los alemanes, está comprendido en el grupo III constituido con las piedras meteóricas formadas de broncita, olivino y hierro, como elementos esenciales, y de textura condrítica; subgrupo de los tobáceos. Es, por consiguiente, el meteorito en cuestión del grupo de los que con más frecuencia caen en nuestro globo.
Expuestos estos datos que he creido conveniente conste en la REVISTA DE EXTREMADURA, ya que ésta es órgano oficial de la Comisión de Monumentos de Badajoz, donde se conserva el meteorito y este es el único caído en nuestra región, expondré algunas consideraciones que pueden deducirse de tan curiosas y raras piedras, con objeto de contribuir a la divulgación de esta clase de conocimientos.
La explicación de los fenómenos que acompañan a la caída de tan curiosas piedras es por demás conocida. A causa de la enorme velocidad planetaria de veinte kilómetros por segundo, con que estos cuerpos cósmicos penetran en nuestra atmósfera, comprimen fuertemente el aire delante de ellos, el cual adquiere elevadísima temperatura que, transmitida al meteorito, produce la fusión de su superficie, siendo éste el origen de la costra negruzca fundida que indefectiblemente presentan.
Es claro, que la atmósfera opone resistencia al paso de la piedra, haciendo que disminuya la velocidad, llegando un momento en que en virtud de este rozamiento y la
reacción del aire comprimido por delante, el meteorito se detiene; entonces este aire se dilata, y al mismo tiempo se llena repentinamente el vacío originado en el sitio por donde pasó, produciéndose por estas concausas la detonación violenta que precede a la caída, y la explosión del meteorito en pedazos, cuando esto ocurre, como en el caso de Guareña. Desde el momento de la detención, el cuerpo pierde la velocidad planetaria que traía, y cae a la tierra según las leyes de la gravedad.
Parece mentira, pero hasta principios de este siglo que acaba, se ponía en duda el fenómeno, no bastaba la larga serie de piedras caídas del cielo que la historia ha apuntado en múltiples ocasiones y sitios; las academias y hombres de ciencia se negaban a tenerlas por hechos reales y positivos, atribuyéndolas a patrañas del vulgo; datando la admisión científica de estos fenómenos por la academia de Ciencias de París, según Flammarión (3), del 6 floreal del año XI, día de la famosa caída de meteoritos en la ciudad del Águila, departamento del Orne.
En la antigüedad, la más famosa caída, es la que citan Plinio, Plutarco y otros antiguos escritores como Diógenes de Apolonia que escribía: “Entre las estrellas visibles se mueven también estrellas invisibles, a las cuales, por consiguiente, no se les ha podido dar nombre. Estas caen muchas veces a la tierra y se apagan, como aquella estrella de piedra que cayó toda encendida cerca de Egos-Pótamos.” Como se ve, el antiguo filósofo no andaba muy descaminado respecto al origen extraterrestre de la tal piedra.
Un meteorito es también, según Portsch la célebre piedra negra de la Kaaba en la Meca, habiendo sido objeto también de adoración un hierro meteórico caído en Roma durante el reinado de Numa Pompilio.
Su volumen nunca alcanza a un metro cúbico, lo frecuente es que no excedan del tamaño del puño, así es que resultan de gran tamaño el caído en Guareña que perteneció al Sr. Cánovas, de 0,275 metros de alto, y el que figura en las colecciones del Museo de Historia Natural de Madrid, caído el día de Navidad de 1858 en Molina (Murcia), de mayor tamaño que una cabeza humana.
En cuanto a la frecuencia con que caen materiales cósmicos, es mayor que la que hasta ahora se ha creído. Pequeñas partículas y polvo cósmico se están precipitando constantemente en nuestro globo. Las expediciones de naturalistas, enviadas por los gobiernos cultos para estudiar el fondo de los mares, han recogido con mucha frecuencia de las profundidades abismales, esférulas de origen manifiestamente cósmico, como los condros de broncita dragados por Murray y Renard en el Pacífico a 3.500 brazas de profundidad. En las nieves de las regiones polares encontró frecuentemente Nordenskiold (4) polvo de hierro de origen indiscutiblemente extraterrestre.
En cambio es poco frecuente la caída de trozos relativamente grandes. En Extremadura no se tiene noticia de la caída de otro meteorito que la aquí expuesta, y aun en toda la Península se han verificado muy pocos, puesto que la lista de Meunier (5) comprende solo 16, siendo el meteorito más antiguo de que se tiene noticia, el caído en Aragón citado por Diego de Sayas, y el más reciente el de Roda (Huesca) en 1871, a los cuales hay que añadir el de Guareña, el de Madrid del 10 de Febrero del 96, y el últimamente caído en Quesa (Valencia) el I de Agosto de 1898, a las nueve de la noche, recogido por el Catedrático de Historia Natural de la Universidad de Valencia Sr. Boscá y analizado químicamente por el Dr. Peset de Valencia y petrográficamente por D. Salvador Calderón (6), análisis que han demostrado se trata de un hierro meteórico, único en España hasta la fecha.
Los meteoritos pueden agruparse naturalmente en dos secciones: 1ª, hierros meteóricos, constituidos únicamente por una masa metálica cuyo elemento principal es
el hierro; 2ª, piedras meteóricas formadas por una pétrea de cristales más o menos perfectos , de silicatos casi exclusivamente, entre los cuales se encuentran o no repartidos a modo de granalla, gránulos de compuestos de hierro, constituyendo los Oligosideros y Asideros de Meunier respectivamente. A este grupo, según hemos dicho, corresponde el de Guareña.
El análisis ha reconocido en su composición una treintena de cuerpos simples, los cuales todos son conocidos en los materiales terrestres, perteneciendo a los metales fácilmente oxidables como el sodio, potasio, etc, o los metales comunes como el hierro y níquel. Los metaloides están en pequeño número, y los metales preciosos como el oro, el platino y la plata, no se han encontrado.
Estos elementos se agrupan para formar minerales en un todo semejantes a los terrestres, como hemos visto en el de Guareña; y a su vez los minerales por su reunión, constituyen rocas que en muchos casos caben perfectamente dentro de los grupos terrestres; así hay meteoritos que considerados como rocas son eukritas o dunitas (rocas volcánicas abundantes en la Tierra). Otras veces las rocas meteóricas difieren grandemente de las que constituyen la corteza de nuestro globo, llegando esta divergencia a un alto grado en los hierros meteóricos. Debiendo hacerse notar la particularidad que el número de tipos en que pueden agruparse estas curiosas rocas, es bastante menor al de caídas, así que los 250 representantes de distintas caídas que hay en el Museo de París, se agrupan perfectamente en unos 40 tipos, es decir, que los mismos tipos de rocas caen sucesivamente
Expuestos estos datos, llegamos á la parte más oscura de la cuestión. ¿De dónde vienen estos singulares materiales? ¿Cuál es su origen? Con certeza no se sabe. Muchos, como Descartes, Hamilton, Edward King, Eusebio Salverte se obstinaban en considerarlos como materiales terrestres, pretendían nada menos que eran concreciones metálicas formadas en la atmósfera, y de aquí el nombre de aereolitos con que impropiamente los denominan algunos. Biot, Laplace, Humboldt y Arago reconocieron su origen indiscutiblemente extraterrestre, como muchos siglos antes afirmaban Diógenes de Apolonia, que si bien en esto acertó, en otras cuestiones cosmológicas disparató de lo lindo, como al suponer que la bóveda celeste era de piedra pómez. Cuando se repasa la embriología de la ciencia, se notan muchos de estos singulares y estupendos errores.
Pero el afirmar el origen extraterrestre de los meteoritos, no es aclarar la cuestión de su procedencia. La suposición de que provendrían de los volcanes lunares, hoy nadie la admite: la Luna es un astro muerto, sus volcanes se apagaron por toda la eternidad.
Meunier supone que son los restos de un antiguo satélite que gravitaba en derredor de la Tierra, entre ésta y la Luna: la verdad, como decimos, no es conocida todavía.
Queda por aclarar la causa de la fragmentación del astro que indudablemente formaron los materiales cósmicos de que nos ocupamos, antes de su desmenuzamiento. Más lejos exponemos la hipótesis de Meunier: más razonable es la suposición de Tschermak, que en vista de la excesiva pequeñez de los materiales que más abundantemente caen en la Tierra como los condros de broncita de los fondos abismales y el polvo meteórico hallado por Nordenskiold, cree en una proyección de fragmentos por la actividad volcánica. Explosión que desmenuzó el astro, y análoga pero con efectos incomparablemente mayores, a la conocida erupción del volcán Krakatoa, que el 27 de Agosto de 1883, hizo explosión destruyendo varias islas del estrecho de la Sonda, causando la muerte de todos sus habitantes (sólo en la isla de Sebesi, situada a 30 kilómetros del volcán y destruida en gran parte, perecieron sus 3.000 y pico de habitantes, no quedando uno para contarlo) y extendiéndose el polvo de la explosión por toda la atmósfera, polvo que fue recogido en Madrid durante una nevada y analizado por los señores D. José Macpherson y D. Francisco Quiroga.
Mr. Daubre y Meunier (7) han intentado restablecer idealmente la disposición que ocupaban los distintos tipos de meteoritos en el globo de donde puede suponerse proceden, es decir, han reconstituido teóricamente el globo meteorítico primitivo, tal como estaría antes de su fragmentación, para lo cual se han fundado en la disposición en orden de sus densidades, que ofrece la Tierra en sus envolturas, atmósfera, mares, corteza sólida y núcleo, en la cual la densidad aumenta de la superficie al centro; en la disposición análoga que según el P.Sechi y Faye se observa en el Sol, y la que general domina en el sistema solar, pues se supone con gran fundamento que los planetas más cercanos al Sol son sólidos, a estos siguen Júpiter y Saturno líquidos, y Urano y Neptuno, gaseosos.
En virtud de esta ley general de disponerse los materiales cósmicos en orden de sus densidades y de las observaciones verificadas en los ejemplares del Museo de París, han supuesto que estas diversas rocas extraterrestres ocupaban en el globo de que provienen, posiciones parecidas a las que sus análogas ocupan en nuestra Tierra.
En el centro del globo que se trata de reconstruir, existía un núcleo metálico formado por los hierros meteóricos; sobre este núcleo vacían aquellos hierros con cristales de materiales pétreos (olivino) como el encontrado por Pallas en el fondo de la Siberia; más externas estarían las piedras meteóricas con granalla metálica muy gruesa, como el colosal de la Sierra del Chaco; encima las de granalla fina como el de Guareña por ejemplo, y finalmente formarían la capa más externa las piedras meteóricas desprovistas de gránulos metálicos y por consiguiente más ligeras. Atravesando las diversas capas, sobre todo las más externas, existirían en diques y filones las rocas eruptivas; en su vecindad, aquellos meteoritos que muestran haber sufrido la acción metamórfica de masas fundidas, y relacionados con estos últimos, los de tipo brechiforme como el de Cangas de Onís, que tengo ante la vista.
Cronológicamente estas capas sucesivas son tanto más antiguas, cuanto más alejadas del centro, es decir, que el enfriamiento en este supuesto globo se verificó como ocurre en la Tierra, desde la periferia hacia el centro, por consiguiente el meteorito de Guareña es más antiguo que el de Quesa (Valencia).
Al contraerse las capas por efecto del enfriamiento y solidificación subsiguiente, se producirían grietas en las cuales se inyectaría la materia fundida del interior, haciendo sufrir la masa inyectada modificaciones más o menos profundas a las rocas que atravesaba (meteoritos metamórficos), y empastando a trozos arrancados de las paredes de la grieta (meteoritos brechiformes) como el citado de Cangas de Onís. En una palabra, se produjeron en el globo meteorítico fenómenos semejantes a los que se producen en la Tierra por causas hipogenas.
Supone Meunier, que una vez solidificado el astro por completo, a causa de la gran retracción producida en su masa, se originarían colosales hendiduras análogas a las ranuras lunares, que a la larga acabaron por dividir el astro en grandes fragmentos, los cuales se separarían no marchando juntos en su gravitación alrededor de su centro de atracción a causa de la desigual densidad de los trozos. Cada uno de estos pudo a su vez ser teatro de divisiones secundarias recorriendo los pedazos de órbitas cada vez más separadas las unas de las otras.
En este estado están esa gran cantidad de astros de formas irregulares, o mejor dicho, fragmentarias situados entre las órbitas de Marte y Júpiter, que se conocen con el nombre de Asteroides.
En un estado aún más avanzado de fragmentación, los fragmentos influenciados por la acción perturbadora de los astros vecinos, recorrerán órbitas cada vez más separadas las unas de las otras, hasta que penetrando en su campo de atracción caerán a su superficie.
Según esta ingeniosa hipótesis de la evolución de los cuerpos celestes, la Tierra perderá su atmósfera y el agua de sus mares absorvidas por la costra sólida sin cesar creciente, la vida desaparecerá de su superficie y una vez que la solidificación haya llegado al centro, pasará sucesivamente por las fases lunar y meteorítica, siendo sus fragmentos incorporados a los otros astros que gravitan en la inmensidad de los cielos.
Eduardo H. Pacheco
Catedrático de Historia Natural.
Córdoba
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(1) Annal des KK naturhist. Hofmuseum, XI Wien, 1896.
(2) Anal. de la Soc. Esp. de Hist. Nat. Tomo XXII, cuad. 2.º
(3) Contemplations scientifiques.-París.
(4) Viajes árticos del profesor Nordenskiold en el Vega.-Barcelona.
(5) Meunier-Les Meteorites-París.
(6) Actas de la Soc. Esp. de Hist. Natur. de Diciembre de 1898 y Febrero de 1899.
(7) Stanislas Meunier.-Le geologique. París.