Stromboli, terra di Dio (1959), es otra obra maestra más de Rossellini, a pesar de su poco éxito de crítica, que no de público. En palabras de Javier G. Trigales (http://www.blogdecine.com/cine-europeo/stromboli-tierra-de-dios-el-volcan-la-chica-el-cine):
La película narra la historia de Karin, una inmigrante lituana sin papeles y recluída en un campo de prisioneros italiano tras la segunda guerra mundial. Ésta conoce a un humilde pescador y decide casarse con él y escapar así del campo. Él le llevará a una isla presidida por un enorme volcán en permanente peligro de erupción. El choque de Karin con este mundo es brutal. La isla es de una pobreza extrema. La lava del volcán no permite que crezca nada y las casas son poco más que cuevas. Por otro lado, los lugareños reciben de una manera hostil a nuestra heroína. Es una intrusa en un mundo cerrado, profundamente religioso y anclado eternamente en el tiempo. Una extraña en un espacio mineral, lunar, en el que el propio ser humano es un intruso. Karin ha salido de una prisión para encontrarse en otra, todo ello bajo la omnipresente amenaza del volcán. Es tremenda la escena de la Bergman vagando sin rumbo por las calles desiertas de la localidad mientras oímos el llanto de un bebé. Nadie sale a su encuentro. Todas las puertas están cerradas y el mar hace la huída imposible. Karin grita de rabia.
El marido asiste aturdido al comportamiento de su esposa e intenta que se adapte a la austera vida de Stromboli. En algún momento parece que lo va a conseguir, pero es imposible. Sus mundos son demasiado diferentes. Karin acaba tachada de adúltera por su amistad con el farero de la isla y su marido decide encerrarla en casa. Una prisión dentro de otra prisión. Entonces todo tiembla. El volcán entra en erupción, como una maldición que se repite una y otra vez. Los habitantes de la isla, resignados, se refugian en el mar con sus barcas y rezan a ese dios salvaje para que les perdone la vida. Karin no. Y la película entra en territorio mítico.
Mientras el volcan sigue en erupción, el personaje de Ingrid Bergman consigue huir de su casa-prisión y decide atravesar la ladera del volcán y así pasar al otro lado, donde una hipotética barca le llevaría lejos de allí. La mujer contra el volcán, contra la naturaleza y contra dios. En el trancurso de su asombroso viaje hacia un infierno de cenizas y lava, Karin dialoga consigo misma y con el volcán. Es un diálogo fiero, asombroso, pero la naturaleza es aún más fiera, y Karin acaba implorando a Dios (al volcán) por su destino. La fuerza telúrica de esta escena es pasmosa, al igual que su resolución, de una modernidad absoluta. Al final, a uno no le queda más remedio que levantarse y aplaudir ante esta auténtica lección de cine.
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