Extremadura es una región de grandes contrastes geológicos y con un potencial minero muy notable (sería excelente si albergara en su seno hidrocarburos y sobresaliente si tuviera diamantes). Tal es así que desde tiempos inmemoriales Hispania en general y su occidente en particular eran famosas por sus minerales, especialmente oro.
En Extremadura la minería y la geología, emparentadas desde siempre, han sido causa de grandes cambios económicos, sociales e, incluso, territoriales. La evolución de las áreas ocupadas por las diferentes tribus y etnias, incluso la sectorización de épocas romanas, tiene un fundamento minero, pues el dominio de ciertos yacimientos y su producción supuso siempre un elemento de control territorial notable, por no decir decisivo.
El punto máximo de nuestra minería como sector económico no llegaría hasta el siglo XIX, con el repunte de comienzos del XX a propósito de las necesidades surgidas de las contiendas bélicas, similar a lo que hoy en día, por necesidades de desarrollo industrial, está ocurriendo en China.
Los museos, que surgen como elementos divulgativos y de conservación del patrimonio cultural, también afectan a la geología y la minería. En Extremadura existen varios museos de esta índole, todos bajo gestión municipal: el Museo de Geología de Extremadura (Mérida), el Museo del Granito (Quintana de la Serena), el Museo Mineralógico Fernández-Amo (Santa Marta de los Barros) y el Museo de Logrosán. Todo ello sin contar la infinidad de exposiciones, tanto públicas como privadas, de índole mineralógica, petrológica y paleontológica que, de manera más o menos temporal, están repartidas por toda la región.
El horizonte de futuro de estos tres museos es favorable, siempre que se entienda su objetivo de conservación patrimonial e histórico (por ejemplo, el Museo de Geología ya tiene 60 años de vida propia), además de su indudable papel divulgativo.
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